Tuve la gracia de participar por primera vez en la Asamblea de Educación/JUPIC Panamericana, un encuentro donde nos reunimos más de 20 hermanas y alrededor de 50 compañeros de misión, éramos de los siete países, es decir, 7 Provincias y 2 Regiones de PANAM: Estados Unidos, Chile, Argentina, Brasil, Cuba, Bolivia y Paraguay. Fue realmente una experiencia enriquecedora, porque nos congregamos, hermanas y laicos, para dar continuidad a una misión que trasciende fronteras: ser presencia profética en un mundo herido.
El encuentro, organizado por las Coordinadoras Provinciales y Regionales de PANAM, fue un espacio fecundo de diálogo, discernimiento y compromiso. Los temas que trabajamos no son ajenos a la vida de nuestros pueblos: la justicia ambiental y los derechos humanos, la conversión ecológica, la eclesiología del Papa Francisco, la economía circular y la experiencia de policrisis que golpea especialmente a los más vulnerables.
Más allá de los conceptos, para mí, fue una escuela del corazón. Sentí un llamado profundo a educar y educarme desde la clave de JUPIC: Justicia, Paz e Integridad de la Creación.
Educar desde las heridas del mundo
Comprendí que el compromiso con JUPIC no puede ser algo accesorio en nuestras propuestas educativas, sino su raíz y horizonte. Educar desde JUPIC es formar conciencias críticas y compasivas, capaces de leer los signos de los tiempos desde el Evangelio. Es enseñar a mirar al otro como hermano, a escuchar el clamor de la tierra como clamor de Dios y a reconocer que cada injusticia es una llamada a actuar.
La educación, en este contexto, se vuelve un acto profundamente político y espiritual. No es solo transmitir conocimientos, sin forjar personas comprometidas con la transformación de estructuras de exclusión, violencia y deterioro ambiental.

Una conversión que atraviesa la vida.
Uno de los temas que más me tocó fue la conversión ecológica, inspirada en el magisterio del Papa Francisco. Sentí que no basta con enseñar sobre el cuidado del planeta, sino que debemos vivirlo y encarnarlo en nuestras comunidades, estilos de vida y opciones económicas.
Me impresionó mucho cómo algunos colegios ya lo están llevando a la práctica con proyectos de reciclaje, plantación y enriquecimiento de áreas verdes y acciones de sostenibilidad. Esto me hizo reflexionar sobre la importancia de generar experiencias concretas y comunitarias que eduquen para la vida y el cuidado de la creación.
También dialogamos sobre la economía circular, no solo como modelo económico, sino como una manera nueva de habitar y vivir en el mundo, donde nadie y nada es descartable. Me cuestioné mucho cómo educar en la lógica del compartir y no del acaparar, de la suficiencia y no del exceso.
JUPIC como camino comunitario
Algo que viví con alegría fue el sentido comunitario del compromiso con JUPIC. No es una tarea individual ni exclusiva de algunas personas, sino un camino sinodal donde hermanas y laicos vamos construyendo juntos procesos educativos, experiencias de fe y acciones transformadoras.
PANAM nos ofrece esta plataforma continental que nos enriquece, amplía nuestras miradas y fortalece nuestras redes.

Sembrar esperanza
Al concluir la Asamblea, me llevo un corazón apasionado por el cuidado de la vida y el desafío de volver a mi realidad más comprometida por esta causa. Estoy convencida de que educar desde JUPIC es sembrar esperanza en medio de un mundo atravesado por la policrisis. Es acompañar a las nuevas generaciones en la certeza de que otro mundo no solo es posible, sino necesario, urgente. Me quedo con el deseo de seguir siendo testigo del Reino en nuestras tierras americanas, sembrando justicia, cultivando paz y abrazando con ternura toda la creación.
Por Hna. Lusia Lipat, SSpS